Mi primer microrrelato
Hay veces que uno sueña pero cree que nunca va a plasmar como una realidad lo que tiene en la cabeza. Siempre me ha gustado escribir, aunque nunca me había animado a participar en nada con mis relatos.
Supongo que esta cuarentena nos está animando a hacer cosas, a explorar lugares desconocidos… y así, casi sin proponérmelo envié algo para un concurso de Microrrelatos. La temática era la cuarentena con un final con esperanza. Y el resultado lo copio aquí, espero te guste:
Cada mañana se despertaba como autómata. Un día más en esta rutina. Un bucle exasperante solo roto por las horas dedicadas al trabajo. Sí, resulta que ahora trabajar desde casa está de moda. No hay prisas, no hay estrés, no hay carreras por perder el metro. Ya no tiene que pensar dónde guardó el día anterior la tarjeta del metro, ni tiene que recordar no ponerla donde las tarjetas de crédito para que el lector no pite al pasar. Ya no se encuentra el bullicio de la mañana, en el corre-corre de quien va al trabajo, a la universidad o lleva los niños al colegio. No más sobresaltos por escuchar a alguien estornudar, ni estar pendiente de tocar lo imprescindible. Tocaba la espera.
Las tardes pasaban realizando tareas cotidianas de la casa, ideando una lista de cosas que parece que en ese momento se podían hacer pero antes no, cuando en realidad el tiempo era el mismo, pero las prisas eran otras. Las conversaciones mentales comenzaban a ser una constante, y lo peor es que se planteaba si volvería a expresarse en voz alta. La soledad era buena compañera, o eso quería pensar, pues aunque la melancolía llama a veces a la puerta, es cuestión de no dejarla pasar.
A veces descansaba, dejando la mirada en el infinito mientras tomaba una humeante taza de té. Los recuerdos llegaban, repasando mentalmente la última vez que se vieron, si le dio suficientes besos, si serían los últimos. Anhelaba el tacto de su piel. El roce de su mejilla en el cuello cuando su abrazo le aprieta hasta casi no dejarle de respirar. El aroma que se le impregna cuando cocina, adivinando solo con el olfato qué habrá para comer. Sus ojos llenos de gozo cuando la ve aparecer pero con un matiz sublime, que refleja ese pellizco en su corazón porque sabe que tendrá que dejarla otra vez marchar. Sin embargo, la distancia ahora se clava incesante como un cuchillo en el alma. La culpa no es otra que la incertidumbre que acecha en su cabeza con una pregunta constante: ¿estará bien?
Pero ha llegado el momento, solamente quedan unos minutos. Han pasado varias horas de conducción en carretera, con una parada digna de una película sobre el espacio. Ya hay libertad, pero continúa el miedo al contagio y toda precaución es poca. Le anima pensar que volverá a sentirse en casa, a salvo, que ya no le echará de menos porque estarán frente a frente. Podrán hablarse sin palabras, apretarse pecho contra pecho como si no hubiera un mañana. Quizás, podrá entonces dejar fluir las lágrimas que ha estado guardando en esta cuarentena. Pero no serán de tristeza, sino por la alegría de poder decirle en persona: TE QUIERO MAMÁ.
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Hola! Me parece muy bonito y real a la vez
Como te dije antes tienes que escribir un libro, tienes muchas cosas que contarle al mundo